Escribe: Justo Linares
La captura del archicriminal Abimael Guzmán, la noche del 12 de setiembre de 1992, es, sin duda alguna, la más importante noticia difundida hasta ahora, en primicia, por la empresa de televisión Frecuencia Latina, desde que este medio de comunicación audiovisual inició sus actividades el 23 de enero de 1983.
Faltando cinco minutos para las 11 de la noche de hace veinticinco años, el locutor Mario Duarte, del Noticiero El Especial de Noventa Segundos, leyó el jubiloso texto que puse en sus manos: “Esta es la noticia del siglo… Esta noche la policía detuvo a Abimael Guzmán, jefe supremo de la banda asesina Sendero Luminoso, responsable absoluto de la muerte de 70 mil personas y de la destrucción de bienes públicos y privados por un valor de 50 mil millones de dólares…”
La difusión por nosotros de esa histórica noticia fue hecha, por increíble ironía, desde las ruinas en que quedó el canal a causa del terrible atentado terrorista ordenado por el desquiciado Guzmán, ocurrido apenas tres meses antes, el 5 de junio de aquel año 1992. Allí murió nuestro editor, Alejandro Pérez Mesía, y dos trabajadores de seguridad, uno de los cuales, Agustín Regis, llegó hasta mí, instantes antes del estallido de un coche-bomba, para pedirme que alertara a mis compañeros de Redacción que buscaran refugio ante la inminencia de la muerte por mano senderista.
Otra paradoja: el locutor Duarte salvó por milagro de ese atentado del 92. Tanto él como Sammy Sadovnik estaban en la conducción del Noticiero y lograron refugio debajo del pupitre. En mi caso, junto con los periodistas Rolando Osorio y Ricardo Arteaga; y el auxiliar Sergio Huamaní nos guarecimos detrás de un inmenso árbol.
El riesgo mortal lo asumí antes en numerosas ocasiones de mi carrera. Pero aquel 5 de junio mi alma quedó herida por siempre. Comprendí los límites irracionales del terrorismo. Me he preguntado desde entonces, ¿por qué quitarme la vida, señor Guzmán Reynoso; a mí que jamás me he cruzado con usted en la vida? ¿Por qué…? ¡¿Por qué…?! Un sencillo reclamo de la razón que tiene y tendrá silencio absoluto como respuesta.
A propósito, otra primicia de ese género ocurrió el 1 de junio de 1983 cuando ante nuestras cámaras (equipo de Juan Manuel Guimarey, Rubén Vera y Gilberto Coro), un grupo senderista penetró en el local central de Acción Popular y desató una horrible matanza de militantes de ese partido que celebraban el aniversario institucional. Días después, en la reconstrucción policial del execrable suceso ocurrido en el Paseo Colón, nuestro reportero Pedro Ortiz Barnuevo le preguntó al capturado autor de aquella carnicería si sentía remordimiento por esa maldad. El autómata abimaelita le respondió con perversa convicción: “¡La revolución no tiene ni remordimientos ni lágrimas!”.
Aquel día de setiembre de 1992, dirigí el Noticiero en sustitución del director Ricardo Muller que descansaba los sábados. La producción noticiosa del día era pobre y escasa, un día “muy sábado”. Con todo el material hice el diseño del Noticiero y a eso de las 8:15 de la noche, recordé que en el partido clásico del fútbol peruano jugado por la tarde entre Alianza 0-Universitario 2, hubo un episodio muy doloroso. Fue la lesión del jugador aliancista, el yugoslavo, Jordan Petrov. La televisión mostró la gravedad de la conmoción cerebral que sufría. Fue llevado a la Clínica Ricardo Palma para su tratamiento. Se temía lo peor.
Entonces, para averiguar cuál fue la suerte de aquel futbolista, llamé al único reportero que estaba a mi cargo aquel sábado, Andiolo Zevallos, especializado en ubicar por medio de un scanner los hechos policiales más importantes de la agitada ciudad de Lima. Le dí las instrucciones para que se dirigiera de inmediato a la Clínica donde se atendía Petrov.
De pronto, Andiolo, que no despegaba la oreja del scanner, gritó:
–¡Jefe…capturaron a Abimael, al “Cachetón”!
Lo cierto es que no le hice caso. Creí que estaba eludiendo la orden de ir a la Clínica. Para él, la confirmación del sensacional suceso lo daba el hecho que había un silencio total en todas las instancias policiales. Buscó desesperadamente en una y otra onda y nada. Entonces se resolvió por el teléfono, llamando a una y otra repartición, y nada de nada. ¡Confirmado…el silencio lo dice todo!
Su insistencia y razonamiento me convencieron. De pronto, me dijo: jefe, hay movimiento policial en Balconcillo…¡parece que allí lo agarraron! Se disparó hacia allá en el vehículo que manejaba Jorge Rabanal. El camarógrafo era Félix Laynes. Pero antes de salir le pedí que no hiciera uso de nuestra radio para comunicarse con nosotros. Ahora lo importante era poner nuestra noticia a cubierto de la competencia, siempre lista a captar y aprovechar nuestras comunicaciones radiales.
En tanto, en vista de la excepcional importancia del suceso, decidí subir al segundo piso en donde sesionaba el directorio de la empresa. Sin pedir permiso, abrí la puerta y me acerqué a Baruch Ivcher. El presidente de la empresa se paró y dio unos pasos para conversar conmigo, al oído. Al enterarse, solo gritó ¡Carrajoooo…! Retomó su lugar en la mesa y desde allí, dio una orden: Señores.. ¡hagan como yo y rueguen que sea cierta la captura del asesino Abimael Guzmán!
Los diez miembros del directorio se pusieron de pie e imitaron a Ivcher, levantando y cruzando los dedos medio e índice de ambas manos. A coro expresaron entusiasmo. Ansioso, Ivcher me pidió detalles y que le mostrara las imágenes de la captura. Para mí fue engorroso explicarlo, pero tuve que decirle la verdad: La captura ha ocurrido hace quince minutos. El reportero Andiolo Zevallos ha salido a cubrir la noticia y en breve volverá. Ustedes serán los primeros que vean la filmación de esta gran cobertura…
Pedí permiso para retirarme, pero antes, Baruch Ivcher tuvo un impulso que salvó la primicia. Prohibió el uso del teléfono para comunicarse con el exterior del canal. Requisó los celulares y ordenó que nadie saliera del colapsado edificio. Bendita orden. Más tranquilo, salí de la oficina y le dije a Ivcher que conforme tuviera noticias le informaría. Pero nada. Andiolo me llamó dos veces y me comunicó su revés. A eso de las nueve de la noche, Ivcher estaba alterado por la falta de imágenes. Entonces hizo tres llamadas:
–¡Carrajo, el Presidente está en Iquitos…! (En efecto, había ido de pesca con su engreído, Kenyi).
–¡Carrajo, el Ministro del Interior, general Briones está en la embajada inglesa…! (Era inútil consultarle porque no estaba enterado del curso de la “Operación Victoria” llevada a cabo por el Grupo Especial de Inteligencia Nacional, GEIN. Más tarde se supo que irritado y desairado, Vladimiro Montesinos tramó el desmontaje del Grupo).
–¡Carrajo, el general Ketín Vidal no contesta! (El heroico policía estaba en ese instante en pleno interrogatorio al genocida).
Otro de sus aciertos fue convocar al canal al joven camarógrafo Julio Sotelo Garrido, único conocedor de los gestos, lenguaje, costumbres y hasta de los seudónimos de los policías. De inmediato, él empezó el más difícil de nuestros esfuerzos, conocer el lugar donde cayó el sanguinario “Cachetón”. Pronto nos dijo: “¡Es en Surquillo!”. El corazón me dio un vuelco por el cariño que le profeso a ese distrito; pero el enigma estaba sin aclarar debido a que la “calle Uno” era la dirección de un nuevo barrio surquillano. Eran ya las diez y veinte de la noche, hora en que Julio Sotelo confirmó absolutamente la captura.
Todos quienes estábamos presentes saltamos de alegría. Vinieron los abrazos y felicitaciones. Era una auténtica retaliación del inmenso daño que el múltiple homicida causó a nuestro canal.
Sin embargo no teníamos siquiera una imagen de la gran noticia, pero ya podíamos preparar el texto de presentación. Hasta ese momento, el Noticiero de Canal 5 nada había informado sobre el suceso. Eso nos alivió algo, pues la primicia permanecía en nuestro joyero. Pero los minutos que faltaban para que la competencia saliera del aire fueron una eternidad. Ordené traer imágenes de Archivo y el editor Raymundo Rentería se encargó de “vestir” el texto que escribí para cubrir una hora de noticiero..
Apenas terminó de leer Mario Duarte aquel histórico primer párrafo, recibí una llamada telefónica. Era el periodista Hubert Cam Valencia, gerente de la empresa cablegráfica “United Press International” de los Estados Unidos con sede en Lima. Con la voz jadeante sólo me preguntó:
–Justo, ¿es cierto? Le respondí con un lacónico, significativo y tajante “¡Si!”. Bastó para él la respuesta. Se lanzó al teletipo e irradió al mundo la sensacional primicia informativa.
Para entonces, el entusiasmo y la emoción se habían apoderado de las calles de Lima luego de conocer nuestra trascendental información. Miraflores era un manicomio. El país entero estaba convertido en una fiesta. Todos éramos conscientes que se ponía fin a una época de pánico en donde la vida nada valía. Era el fin de los apagones, los coches-bomba y los asesinatos en cualquier calle y a toda hora del día. Por fin amanecía el sol de la pacificación nacional.
En ese instante me dominaba una emoción encontrada. Allí se mezclaba el deseo de llorar de alegría porque se ponía fin a la libertad de un cruel demente suelto en plaza, y por otro lado, me embargaba el orgullo de llegar a la cúspide profesional con esa primicia mundial. Yo sentí que esa noticia expresaba el sentimiento de desahogo de millones de peruanos cansados, al fin y al cabo, de vivir amenazados por un arma de fuego puesta en la sien o de morir despedazado por un coche bomba sembrado por la infamia y el extravío de ese desdichado autor intelectual de crímenes de lesa humanidad..
Entonces, para poner broche de oro a esa histórica jornada periodística, llamé a los dos muchachos, Andiolo y Julio, casi mis hijos. Les apretujé con toda la fuerza que pude y mientras llorábamos a trío, solo pude pronunciar la bella palabras…¡Gracias!