Escribe: Carlos Paredes

Fue un día sábado, hace exactamente 29 años, que un grupo de policías del GEIN lo capturó junto a su guardia pretoriana conformada casi exclusivamente por mujeres. Fue también un sábado, el día en que murió Abimael Guzmán dentro de su celda. Su muerte es la prueba fehaciente de cómo un sistema democrático puede sancionar a un criminal por más peligroso que este sea, juzgarlo con todas las garantías de un debido proceso, probarle sus delitos múltiples y darle una sentencia por el incalculable daño que nos ocasionó. Su impecable captura fue el inicio de la pacificación del país, después de 12 años de muerte, dolor y mucha destrucción. Los peruanos que vivimos aquellos años de maldad extrema no olvidamos que los seguidores de alias “Gonzalo” perpetraron 200 masacres en pueblos y villorrios, su guerra causó la muerte de casi 70 mil personas, 32 mil de ellas asesinadas directamente por ellos. Mataban campesinas embarazadas a machetazos para ahorrarse balas, o, en ocasiones, arrojaban explosivos al cuerpo inerte de sus víctimas para que no quedara nada de ellas, como lo hicieron con María Elena Moyano. Hicieron explosionar coches bomba cargados con cientos de kilos de dinamita en zonas comerciales para matar a más peruanos, también en medios de comunicación, como en Canal 2, creyendo que iban a callar a los periodistas que denunciaban sus matanzas. Acuñaron la frase “aniquilamiento selectivo” para contar a las autoridades electas o jefes militares o de la Policía que asesinaban.

No alcanzarán las páginas de nuestra historia reciente para relatar cada una de las atrocidades que cometieron Guzmán y sus huestes en nombre de los olvidados y oprimidos. Y fueron los más pobres, los campesinos quechuahablantes de los Andes, precisamente, las principales víctimas de su crueldad, los más afectados por las consecuencias de la guerra sangrienta que provocaron.

Capturado Guzmán, los peruanos creímos que lo único que quedaba libre de Sendero Luminoso era la banda de narcoterroristas que deambula por el VRAEM al mando del clan Quispe Palomino, sin conexión con la cúpula gonzalista. No entendimos que Guzmán había cambiado de estrategia, consciente de su contundente derrota militar. De la lucha armada pasó a la lucha política e ideológica. A usar los mecanismos de la democracia para alcanzar la cima más alta del poder político y, una vez ahí, socavar el sistema democrático hasta destruirlo e instaurar una dictadura comunista que conculque todas nuestras libertades.

La tarea pendiente de todos —de los partidos políticos, de la academia, de la sociedad civil y de cada ciudadano que crea en la democracia— es confrontar esa propuesta anacrónica, de modelo económico, de administración del poder político y de desarrollo, que reivindica Sendero Luminoso y sus seguidores que ahora transitan en esa cima soñada por su difunto líder. No debemos permitir que se siga promoviendo la lucha de clases, el odio entre peruanos, la inquina, la venganza y la dictadura del proletariado en nombre de una supuesta revolución. Alias “presidente Gonzalo” ha muerto, Sendero Luminoso no.

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