Escribe: Umberto Jara

Cada gobernante peruano suele dejar una frase que ha de retratar su infamia con el paso del tiempo. Francisco Rafael Sagasti Hochhausler, la ha proferido a sus 76 años. Ha mancillado, por acto propio, la vida, en apariencia decente, que todos suponíamos había llevado. La frase que lo ha desnudado es esta: “Lo que no queremos es que el que tiene plata se vacune y el que no tiene, no”. Una supuesta proclama de equidad absurda: “O se salvan todos o se mueren todos”. El problema es que su gobierno está matando y no salvando.

Es una frase perversa por varias razones. La primera de ellas es que Sagasti está vacunado. No sabemos si hace meses o esta última vez en que se vacunó ante cámaras. Lo concreto es que vacunado está. Entonces, desde la certeza de la protección que tiene ante la muerte, prohíbe la posibilidad de que otros, ajenos al inepto Estado, compren vacunas. Su frase “igualitaria” esconde una realidad: el que tiene poder sí puede vacunarse. Se llame Sagasti, Mazzetti, Astete, Málaga, Blume y la lista VIP que sigue oculta. En esos casos, la igualdad que proclama no existe. Linda manera de ser igualitario.

He imaginado a Sagasti en esta situación. Está yendo por la Panamericana Sur y se encuentra con un bus que ha sufrido un grave accidente; hay muertos y hay heridos. Aparecen las ambulancias que las compañías de seguros ponen en la Panamericana y la escena muestra a un loco quijotesco impidiendo que esas ambulancias auxilien a las víctimas. Se pone delante de ellas mientras grita: “Ambulancias para todos o para nadie”. Ese personaje gobierna este país en el que mueren 200 personas al día.

La ideología, cualquiera sea su pelaje —izquierda, derecha, eclesiástica— es siempre una maligna consejera porque defiende intereses y no vidas. En situaciones de emergencia en que los seres humanos mueren, las ideologías no sirven y no deberían estar presentes porque anulan valores esenciales como la solidaridad. Es evidente que Sagasti y su corte morada no tienen idea del significado de un abuelo, un padre, una madre, un hijo, muertos por asfixia y en soledad después de que sus familias modestas han gastado el dinero que no tienen procurando su salvación. Ese dolor, esa angustia, esa impotencia no la conocen y menos la entienden.

En su afán de mezclar ideología con emergencia, Sagasti y su corte no entienden que Marx murió en 1883 y Engels en 1895. Sus teorías no funcionaron en un mundo antiguo y menos pueden ser válidas para el actual. Lo que no ha cambiado es que cuando la humanidad olvida palabras esenciales como solidaridad, tolerancia, empatía, respeto todo se va al demonio y el gobernante de un país con cien mil muertos por Covid-19, puede salir en televisión a decir impune: “Lo que no queremos es que el que tiene plata se vacune y el que no tiene, no”.

Autorizar a que el sector privado importe vacunas tampoco debe significar una puerta abierta de par en par. Sabemos que el empresariado peruano es profundamente mercantilista y el bien común no está entre sus valores principales. Entonces, Sagasti en lugar de ponerse en un extremo de prohibición, debería recurrir a la opinión de expertos para crear un esquema de importación bajo reglas de juego determinadas para los privados y bajo la premisa de que la protección de la salud significa también la reactivación económica y no un negocio de venta de vacunas.

Una línea final para los sabios que dirán: “Este idiota no sabe que no hay vacunas disponibles”. Hoy no hay, pero si hoy no se empieza a negociar no se van a obtener las que existan de aquí a unos meses. Chile empezó a negociar en junio del año pasado y meses después empezó a vacunar. Estamos últimos en la cola y eso obliga a que el Estado y el sector privado actúen porque la muerte no espera.

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